ABSTINENCIA
DEPORTE Y PANDEMIA, CAMINOS SEPARADOS
"Estoy harto de ver partidos de béisbol de hace 14 años", se quejó recientemente Donald Trump, presidente de un Estados Unidos donde el Covid-19
provocó más de 54.000 muertes e infectó a casi un millón de personas en ese, el país más afectado del planeta.
Más que una queja lo de Trump se pareció a una súplica para que el deporte acudiera también en su rescate en medio de una crisis humanitaria que pudo haberse atenuado si en lugar de apostar por la economía, que de todos modos resultó seriamente dañada, hubiese priorizado la vida.
En la imaginación del mandatario no sólo rondaba la idea de una muy poco probable reanudación de las actividades deportivas, sino la ilusión de ver a la gente "sentada una a lado de la otra" apreciando el espectáculo, sueño que derrumbó de un plumazo Anthony Fauci, consejero de la Casa Blanca en materia de salud.
Palabra más que autorizada la de uno de los expertos más renombrados a nivel mundial en cuestiones de virología y epidemiología que no sólo desestimó esa posibilidad, sino que consideró improbable el reinicio de los torneos de las distintas disciplinas en el corto y mediano plazo.
Algunas, como el golf, siguieron adelante como si nada (la mitad de los campos permanecen abiertos) para alegría de un Trump que días atrás reclamaba: "Debemos volver a poner en marcha nuestro deporte" apelando a esa herramienta para intentar relanzar la economía y la moral de un pueblo devastadas.
Aunque parezca mentira, no es la primera vez que un presidente estadounidense apela a esa estrategia para desviar la atención de una tragedia. Hace 78 años, Franklin Delano Roosvelt pedía no suspender el torneo de béisbol a sólo cinco semanas del ataque japonés a Pearl Harbor.
Mucho más cauta, la NBA (poderosa y popular Liga nacional de básquetbol) postergó hasta comienzos de mayo el reinicio de los entrenamientos limitándolos sólo en las ciudades y estados donde se flexibilicen las medidas para frenar la pandemia después de haber interrumpido sus actividades a comienzos de marzo.
Fue apenas se detectó el primer caso de Covid-19 que no sería el único, pero sí encendió las alarmas y evitó que se propagase la enfermedad, que contagió entre otros al ya recuperado James Dolan, propietario de los New York Knicks, una de las franquicias de la "Gran Manzana" bautizada hoy como "la ciudad de la muerte".
La capital económica de Estados Unidos es el epicentro de la pandemia en este país con más de 22.000 decesos y cerca de 300.000 infectados que hicieron colapsar su capacidad de respuesta sanitaria y apelar al triste recurso de sepultar a los fallecidos en fosas comunes.
Una de las imágenes más dantescas de una tragedia que convirtió al Central Park en un hospital de campaña, como así también a varias instalaciones destinadas a multitudinarias manifestaciones deportivas como
Flushing Meadows, sede del US Open, cuarto y último Gran Slam de la
temporada tenística que ya perdió a Roland Garros y a Wimbledon.
Con este panorama resulta difícil que se lleve a cabo aunque Trump pretenda lo contrario e intente mirar para otro lado buscando enemigos más allá de las fronteras mientras agita una intervención militar a Venezuela
que, mal que le pese, manejó la situación sanitaria con mucha más inteligencia y muchos menos recursos.